Llevamos cinco años educando en familia y acabo de encontrarme con Summerhill el libro de Alexander Neill. Lo primero que pensé al leerlo fué: ¡ojala lo hubiéramos leído cuando desescolarizamos! Esto es lo que fundamentalmente me ha movido a escribir sobre él.
Desde mi punto de vista, su lectura es imprescindible para quienes estamos en la educación sin escuela o sencillamente para quienes nos relacionamos con niños, padres y profesores. Particularmente para mi la cosa ha ido más allá: Summerhill me ha ayudado a responder una pregunta que me ha rondado especialmente este año: ¿qué es lo realmente importante en la vida?. Sí, me encanta su visión sobre la niñez, el juego, la libertad, la educación, la felicidad, el amor y la vida.
Summerhill, además, tiene la inmensa virtud de no ser teoría, es el relato de la vivencia de más de 40 años de un modelo educativo autentica y honestamente libre. Así que si nos llama la atención saber que puede pasar si se educa en libertad y se deja ser al niño, esta puede ser la experiencia más reconocida al respecto.
Una de las primeras cosas que me impresionó fué percibir que mi idea de libertad era no tener ni idea de la libertad; aproximarme a su comprensión es de las mayores ganancias de esta lectura. A propósito leí una critica acerca de que Summerhill tendía al libertinaje, sin embargo pienso que el autor hace en la practica una clara distinción entre este y la libertad. Cuestionar, por ejemplo, que el niño decida sobre su aprendizaje, probablemente lo que entraña es un desconocimiento acerca de cómo se aprende, que termina equivocadamente en un ataque a la libertad.
Su visión sobre la personalidad y el desarrollo emocional por encima de los conocimientos, también me parece acertada. Esto es saber priorizar: la felicidad es crucial y todo lo demás viene por añadidura. ¡La felicidad no viene por añadidura¡.
El libro me ha hecho pensar que en general estamos alejados de conocer y por lo tanto de comprender a los niños y por esto mismo nos relacionamos erráticamente con ellos: aunque los amamos, no los sabemos amar.
Alguna vez escuche decir a una mamá “que no hay que dejarse de los niños, que son unos fregados”. Pensar que los niños son nuestros enemigos y tratarlos con desconfianza traza el inicio de un círculo vicioso. Precisamente el éxito de Neill (incluso con los casos problema, que le solían llegar) radica en lo contrario: en creer en el niño, en su naturaleza y en aceptarlo verdaderamente. De aquí que más allá de toda crítica que se le pueda hacer a Neill no se puede negar que esta premisa indudablemente beneficia al niño y a su felicidad.
Por último quiero dejarlos en manos de su famoso prólogo escrito por Erich Fromm cuya lectura puede catapultarlos hacia SUMMERHILL, como lo hizo conmigo.