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En lugar de educar-John Holt

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John Holt (1923-1985) es el gran pensador norteamericano de la educación no escolarizada, el padre del movimiento homeschooler. Después de trabajar muchos años como profesor en diferentes tipos de escuelas en  los Estados Unidos, intervino activamente en los planes de reforma de la educación, para finalmente, decepcionado, descubrir que la escuela no era susceptible de ser reformada porque era justamente lo que la sociedad quería.

En su libro Instead of education (En lugar de educar) ” de 1976 Holt expone los fundamentos del un-schooling como un camino vital para el aprendizaje auto dirigido y la vida creativa (. . .) Este es su más radical y directo reto al status quo de la educación y un llamado dramático a que los padres salven a sus hijo de todo tipo de escuela.

Transcribimos a continuación el primer capítulo del libro.

 I

Hacer, no “educar”

(Primera parte)

 

Este es un libro a favor de el hacer-una vida y un trabajo auto dirigidos, significativos, con propósito-y en contra de la “educación”-ese aprendizaje separado de la vida activa y realizado bajo la presión del soborno o la amenaza,  la codicia o el miedo.

Es un libro sobre gente que hace cosas y las hace bien; sobre las condiciones bajo las cuales somos capaces de hacer las cosas mejor; sobre las formas en las cuales, si se dan las condiciones, otras personas pueden ayudarnos (o nosotros a ellas) a hacer mejor lo que hacemos; y sobre las razones por las cuales esas condiciones no existen y  no pueden existir dentro de la escolarización obligatoria, coercitiva y competitiva.

No todo el mundo le da a la palabra “educación” el significado que le estoy dando aquí. Para algunos educación es, como alguna vez lo describí, “algo que cada uno hace por sí mismo no que alguien de da o hace por él”. Escogí sin embargo definirla aquí como la mayoría de las personas lo hace, algo que algunas personas hacen por otras, por su propio bien, moldeándolas y dándoles forma, y tratando de hacerlas aprender lo que se supone que deben saber. Hoy en el mundo entero la educación se ha convertido en esto, y yo me opongo totalmente a ello. La gente puede pasar una gran cantidad de tiempo- como yo mismo lo hice durante años-hablando de cómo hacer la educación más eficiente y efectiva, o cómo dársela a más personas, o cómo reformarla para hacerla más humana. Pero hacerla más eficiente y efectiva solo la haría peor y le ayudaría a hacer aún más daño. La educación no puede ser reformada, no puede manejarse de manera más sabia ni más humana porque su propósito no es ni sabio ni humano.

Después del derecho a la vida, el más fundamental de todos los derechos es el derecho a controlar nuestras propias mentes y pensamientos. Esto quiere decir el derecho a decidir por nosotros mismos la manera como queremos explorar el mundo que nos rodea, a pensar sobre nuestras propias experiencias y las de los demás, y a encontrar y darle sentido a nuestras propias vidas. Cualquiera que nos quite ese derecho, como hacen los educadores, ataca el centro de nuestro ser y nos causa una herida profunda y duradera. Nos dicen, en efecto, que no somos confiables ni siquiera para pensar, que por siempre debemos depender de otros para que nos digan el significado de nuestro mundo y nuestras vidas, y que cualquier significado que obtengamos por nuestra cuenta, a partir de nuestra propia experiencia, no tiene ningún valor.

La educación y su sistema de soporte en la escolarización obligatoria y competitiva, con sus zanahorias y garrotes, sus calificaciones, sus grados, diplomas y credenciales, me parecen los inventos más autoritarios y peligrosos de la humanidad. Son el fundamento más profundo del estado de esclavitud moderno en el cual la mayoría se ve a sí misma como simples productores, consumidores, espectadores y “fans” guiados cada vez más y más, en todos los aspectos de sus vidas, por la codicia, la envidia y el miedo. Mi preocupación no es mejorar la “educación” sino acabarla; acabar con el feo y antihumano negocio de darle forma a las personas para, por el contrario, dejarlas darse forma a sí mismas.

Esto no significa que nadie deba ejercer nunca influencia sobre lo que otros piensen y sientan. Todos tocamos y transformamos (y también somos transformados) a aquellos con quienes vivimos y trabajamos. Somos seres habladores y sociales por instinto y naturalmente compartimos con quienes nos rodean nuestra manera de ver la realidad. Tanto en mi trabajo como escritor y ponente, como entre mis amigos yo hago lo mismo. Pero me niego a poner a los otros en una posición en la cual no tengan más remedio que estar o aparentar estar de acuerdo conmigo. Quiero que tengan el derecho, si así lo desean, de rechazar absolutamente una de mis ideas o todas, así como demando para mí el mismo derecho. Además he aprendido que nadie puede decir verdaderamente Si a una idea mía o de otro, a menos de que tenga la libertad de decir No. Esta es la razón por la cual, salvo como visitante ocasional, nunca acepto enseñar en colegios obligatorios y competitivos.

Tampoco quiero decir que nadie deba tener el derecho de pedirle a otro que le muestre lo que conoce o sabe. Claramente si alguien quiere manejar un carro, pilotear un avión o hacer algo que afecta la vida y la salud de otros, la sociedad, por algún medio, debe exigirle que demuestre que es capaz de hacerlo antes de permitírselo. Inclusive cuando la vida y la salud no están en juego, a una persona se le pide frecuentemente dar muestras de competencia. Si quiere tocar en una orquesta, cantar en un coro, actuar en una obra o unirse a otros en cualquier actividad que estén haciendo ya sea por dinero, placer u otra razón, los demás tienen el derecho a pedirle que muestre que puede hacerlo lo suficientemente bien para ayudar en el trabajo en lugar de dificultarlo. Pero estos requerimientos tienen un lugar y un tiempo específicos. No es lo mismo que decirle a alguien que debe saber esto o aquello para que se la permita vivir en el mundo.

 Ir a la segunda parte


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